¿Qué está pasando en nuestra universidad?
Instalaciones que se desmoronan, la privatización de espacios, reiteradas subidas de precio, profesores ausentes o no cualificados… Este es el día a día al que nos enfrentamos las estudiantes de la URJC. Una universidad que se derrumba ante el peso de su incompetencia, incapaz de cambiar, atada por sus propias cadenas.
Las estudiantes nos negamos a seguir viviendo de la ilusión en un cambio que nunca llega, de las migajas que nos tiran burlonamente políticos, rectores, burócratas y otros agentes de la burguesía. Es por esto que os presentamos una lista de demandas mínimas y básicas y por lo que no aceptaremos nada menos que el cumplimiento de todas y cada una de ellas. Exigimos la expulsión de la empresa privada de nuestras universidades; la subida de sus presupuestos hasta que aseguren una educación de calidad con todos los materiales que esta necesite; espacios de ocio y deporte accesibles y gratuitos; la bajada de los precios de nuestras cafeterías; el fin de las trabas burocráticas a la organización de eventos y espacios organizados por y para estudiantes; la reducción de los precios de las matrículas; y, finalmente, un profesorado competente que no se vea ahogado por la miseria de sus condiciones laborales.
Hablamos de demandas y no de peticiones porque sabemos que el único camino que podemos tomar para su consecución es el de la conquista; el por favor nunca ha conmovido a las sanguijuelas que nos gobiernan. No obstante, sí que nos gustaría pedir al resto de estudiantes, nuestras compañeras, que os mantengáis firmes en este camino y no cedáis a sus falsas promesas y os perdáis en el laberinto infinito y paralizante de la vía institucional.
Es por esto que salimos, y os animamos a salir, a la calle este 23 de febrero. Porque las estudiantes sabemos lo que merecemos y no debemos aceptar menos; porque lo que no se nos dé lo tendremos que tomar por los medios que sean necesarios.
La empresa privada y sus caballos troyanos
Iniciamos este curso académico 2024-2025 con el despido masivo de profesorado por la negligencia de las universidades para adaptarse a la aplicación de la LOSU. La despreocupación de nuestra universidad por sus responsabilidades es tal que estos profesores fueron notificados del despido por la seguridad social y no por la propia universidad.
En consecuencia, miles de alumnos en toda la Comunidad de Madrid de numerosos grados y dobles grados se quedaron sin docencia. La solución de las universidades madrileñas fue un nuevo plan docente que, en realidad, supuso únicamente la explotación laboral de nuestros docentes, obligados a asumir una carga desproporcionada de trabajo y horas fuera del horario laboral establecido. Eso sí, compensados con un salario ínfimo y precario. En aquellos grados dónde no quedaron apenas profesores que la universidad pudiese explotar, esta se vió obligada a ofrecer la desmatriculación de sus alumnos (¡y a llamarlo solución!).
La entrada de empresas privadas y bancos en nuestros espacios tampoco nos es ajena: stands publicitarios que impregnan y rodean nuestros espacios, empresas que ofertan sus productos a sus anchas en horario académico, e incluso la aprobación por parte de la URJC de ponencias impartidas por empresas armamentísticas que colaboran con la fabricación y el suministro de armas al Estado genocida de Israel, o el anuncio de charlas que contaban con la presencia de organizaciones de extrema derecha como Desokupa, charlas que, pese haber sido admitidas por la Universidad, no tuvieron lugar y fueron suspendidas gracias al señalamiento y la confrontación directa del estudiantado organizado.
La política de la universidad es, una vez más, transparente: convertir nuestros descansos en una suerte de pausas publicitarias donde, aprovechando nuestro cansancio mental, viene a anunciar sus nuevos productos la empresa de turno o a blanquear su imagen mercaderes de la muerte y grupos squadristas.
Todavía es más preocupante la inserción de la empresa privada en la toma de decisiones de la universidad que avala la moderna y progresista LOSU aprobada por el igualmente moderno y progresista gobierno central. Así, las fuerzas privadas pueden, mediante el consejo social, controlar la institución universitaria si no les convence la actuación de las instituciones aunque, en realidad, siga también a rajatabla su política.
Caen así, ante la ofensiva privatizadora, cada vez más espacios universitarios: los espacios de ocio, de deporte (como el gimnasio o las pistas deportivas) o la cafetería. La gestión privada supone la expulsión de estos espacios del alumnado, al ser incapaces de permitirnos sortear las barreras económicas (cada día más altas) que los cercan.
Las subidas de precios (de acceso a pistas, gimnasio o de la cafetería) no responden a una mejor calidad de los servicios, ni siquiera suponen un aumento del salario de sus trabajadoras sino que buscan exprimir cada gota de sangre que corra por nuestras venas, tal es la naturaleza de la infestación de la Hirudo Medicinalis que ha tomado nuestras aulas.
Además, nuestras instalaciones cada día se ven más deterioradas; ni con las constantes subidas de precio y privatización de los espacios de los que ya no disponemos, la universidad tampoco ha sido capaz de reparar las infraestructuras que llevan años, no sólo con desperfectos, sino también deterioradas hasta poner en peligro a docentes, alumnas, y trabajadoras del centro. Vemos agujeros en nuestros techos, también los vemos en nuestros bolsillos. ¿Adónde va nuestro dinero?
La universidad no es capaz de garantizar a su estudiantado unas instalaciones seguras, unos espacios de ocio sin consumo, unos contratos a nuestros docentes y trabajadores justos y dignos, o una enseñanza de calidad para el estudiantado. Aún con todo, la publicación en noviembre de 2024 del borrador de los presupuestos de 2025 para las universidades madrileñas constata el plan de culminar la asfixia de la enseñanza pública.
Libertad para la represión
De la misma manera en que actúan de la mano para el desmantelamiento de la educación pública, ambos gobiernos, autonómico y central, se coordinan para ampliar las herramientas de represión a disposición de las universidades.
A la LCU aprobada por el gobierno progresista y su preocupación porque no se “interrumpa la actividad académica” hay que sumarle el nuevo régimen sancionador de la CAM que combate el “vandalismo” y la “ocupación de lugares públicos”.
Aunque estos textos se vistan con distintas justificaciones (por no llamarlas por su nombre: excusas), la política es la misma: el desarme del estudiantado con la criminalización de sus herramientas más comunes de lucha (piquetes, pasaclases o, incluso, pegar carteles entran dentro del vandalismo y la interrupción del curso normal de la actividad académica) con la amenaza de la represión académica y física de quien se atreva a denunciar el asesinato de la universidad. Es decir, la libertad de elegir entre el silencio o las porras.
Habrá quien le reste importancia porque, finalmente, la elección de usar o no estas herramientas caerá en las instituciones universitarias que ¡tan valientemente han plantado cara a la nueva ley autonómica!¡e incluso han animado al estudiantado a movilizarse! No creemos que nadie con dos dedos de frente se pueda tragar estos cuentos. Los rectorados se horrorizan cuando les quitan el pan pero se calman rápidamente cuando les devuelven migajas. Su protesta es un papel, una farsa y su actuación es tan desganada que se contentan con porcentajes irrisorios.
Es todavía peor como pretenden llenar las protestas de escaladores profesionales para tomar el control de la movilización. “¡Estudiante protesta!” exclaman “¡Pero hasta donde yo te diga!” porque si el estudiantado osa ir un poco más allá y denunciarlos en su complicidad, no hablemos ya, de imaginar insensatamente una universidad controlada por nuestra clase y no al servicio de la burguesía, no tendrán reparo alguno en mandar a la seguridad privada o a la policía a pasearse por “sus” campus y agredir a “sus” alumnos.
El movimiento estudiantil no es ni puede ser una herramienta zarandeada según las necesidades de los rectores o los gobiernos de turno. Debe ser, sí, una herramienta, pero de nuestra clase que, dentro de la universidad, señale y denuncie al verdadero enemigo que se esconde detrás de tantos rostros de burócrata. Nos negamos a ser los siervos de los siervos de la internacional capitalista.
Gestores de la misma miseria
Pero no podemos quedarnos en el análisis superficial de que todos los gobiernos e instituciones, vistan el color que vistan, actúan en una misma dirección. Debemos entender los porqués que mueven a estos carniceros simultáneos. Reducir el bosque a un conjunto de árboles es no entenderlo, simplificarlo. El bosque es un ecosistema mucho más complejo que opera bajo unas normas y unas lógicas determinadas. Es decir, de poco sirve observar el bosque si no somos capaces de entender las relaciones entre sus árboles, sus suelos y las criaturas que lo pueblan.
La lógica que rige el bosque de las políticas universitarias es la lógica del capital, del régimen de acumulación de capital, de la subyugación de una clase a otra. Por eso, caer en la trampa del parlamentarismo y de sus falsas rivalidades es perder la batalla antes siquiera de empezar a luchar. Tanto la derecha como la izquierda parlamentaria forman alas “opuestas” de un mismo partido al servicio del capital.
Debemos denunciarlos y expulsarlos allí donde se presenten. Permitirles la entrada es caer en el mismo error que Troya, es invitarles a envenenar y desarmar la lucha del estudiantado para poder transformarla en un arma arrojadiza contra sus oponentes políticos y no en un arma de nuestra clase contra el sistema que la subyuga.
Por eso, debemos preguntarles por qué solo se levantan contra las dinámicas de privatización y represión cuando nacen de partidos rivales pero callan dócilmente cuando las impulsa su partido; exigirles que nos expliquen por qué están tan empeñados en desviarnos hacia la vía reformista, en asimilarnos a sus necesidades y no a las nuestras.
Es imperativo que entiendan que, frente a su silencio o excusas, nosotros sí que podemos responder estas cuestiones. Porque sabemos lo que quieren: un movimiento estudiantil débil y desarmado porque necesitan erigirse como cabecillas para, al entregar nuestra cabeza en bandeja de plata, demostrar a su partido que pueden domar una fuerza social y arrodillarla ante sus intereses electoralistas.
En su “progreso” y su “cambio” nosotros escuchamos las viejas promesas podridas de un sistema muerto en vida. Un sistema que, realmente, nos necesita, aunque no para frenar su descomposición, sino para asestarle el golpe de gracia que le saque de su miseria.
Un marco general de ofensiva capitalista
La misma lógica que asfixia nuestras universidades aplica a la precarización, abandono de las infraestructuras y servicios públicos básicos y, a fin de cuentas, en la transformación de cada aspecto de nuestras vidas en productos de mercado con los que especular. Mediante este modelo, estudiantes y docentes nos vemos obligadas a luchar contra una ofensiva doblemente privatizadora que nos ataca tanto en nuestra vida académica como extraacadémica.
En este sentido, reducir la lucha del estudiantado a la lucha por una “educación de calidad” es limitante porque es incapaz de relacionarla con el resto de luchas que nacen como consecuencia lógica del mismo modelo social. Sin ir más lejos, la privatización de la universidad implica no sólo la puesta en peligro de nuestra educación, sino que también significa la precarización laboral de sus trabajadoras (docentes o no docentes).
La ofensiva privatizadora tiene el fin transparente de expulsar a la clase trabajadora de la universidad y no evidencia más que los efectos del capital son integrales y sistemáticos, y que solo buscan debilitar nuestra capacidad de resistencia y la perpetuación de las desigualdades en favor de los de la otra clase, la burguesa.
Estas evidencias no pueden resultar más claras que en el mercado de vivienda, con subidas constantes en el alquiler y una mayor concentración de pisos en grandes tenedores e inmobiliarias, que expulsan a las trabajadoras de sus barrios sin ninguna alternativa asequible, mientras el Estado mira para otro lado con medidas insuficientes que no atajan ni de cerca el problema de raíz.
La crisis de la vivienda es solo uno de los resultados de la mercantilización de hasta las necesidades más básicas. Las contradicciones se agudizan a ritmos históricos y, mientras que la capacidad económica de los trabajadores se encuentra en retroceso, se aceleran los beneficios del gran capital.
Al mismo tiempo, vemos cómo se recortan nuestros derechos laborales y cómo la represión se redobla contra el movimiento sindical que todavía resiste la subyugación a la patronal. Todo esto mientras las “fuerzas del progreso” demuestran su incapacidad para, ni siquiera, frenar los ataques frontales contra la clase trabajadora. La edad de jubilación sigue subiendo en contraste con la congelación de los salarios o de la jornada laboral.
La totalidad de nuestra vida, presente y futura, nos revela la verdad igualmente totalizadora de la lucha y actuamos de acuerdo a esta. No podemos confiar en nuestros rectores, sino en nuestra fuerza, de la misma forma que preferimos dejar nuestros salarios y nuestras viviendas en las manos de los sindicatos, laborales y de vivienda, antes que en las manos de políticos, burgueses o rentistas.
Todas estas luchas, por diversas que puedan parecer, son en realidad una, porque uno es el enemigo y una es la solución. Nuestro enemigo no se oculta únicamente en la universidad (por mucho que eso facilitase nuestro trabajo), sino que está compuesto por todos los agentes sociales que defiendan el actual modo de producción.
Por una nueva universidad
La única solución que podemos ofrecer, la única forma de asegurar una educación universitaria que responda a las necesidades del estudiantado y no a las de la acumulación del capital es con una universidad bajo el control de la comunidad universitaria, una Universidad Popular.
No obstante, sabemos que es ridículo pretender la transformación única de la universidad aislada del resto de la sociedad. Por ello, es nuestra tarea poner la universidad al servicio de nuestra clase de la misma forma que debemos poner el resto de la sociedad al servicio de nuestra clase.
No perdamos de vista nuestro objetivo, ni el camino que nos lleva a él. Cada paso que demos debe ser consciente y acercarnos a él.
Construyamos una universidad nueva para un nuevo mundo.