Aprender del pasado, construir el futuro | Un año después de la Acampada

Hace ya un año del inicio de la acampada por Palestina en Ciudad Universitaria. Un año en el que hemos visto un alto al fuego y su inmediata transgresión. Un año también, en el que la represión al movimiento estudiantil ha estado en auge: algo que vemos cerca de casa con las compañeras convocadas a declarar, pero también al otro lado del charco, con las estudiantes detenidas y deportadas por denunciar el genocidio palestino. 

Ha pasado un año sí, pero justo por ello urge reflexionar sobre la experiencia. Plantearse si logró sus objetivos, si nuestra actuación fue la idónea, qué podemos aprender de nuestros aciertos pero también de nuestros desaciertos. No estudiar nuestras prácticas y nuestras estrategias implicará necesariamente tropezar dos, tres, cien veces con la misma piedra. Con esta primera persona no nos referimos exclusivamente a nuestra organización, sino al total de organizaciones e individualidades que contribuyeron a la construcción y desarrollo de la acampada.

Es imperativo que seamos capaces de superar nuestros errores porque la lucha por la liberación de Palestina no ha acabado y no acabará en tanto que se mantenga la ocupación de la misma por el ente genocida israelí. A día de hoy, llevan 72 días sin entrar alimentos en la franja de Gaza y ya han habido las primeras muertes por hambre. La violencia y el genocidio al pueblo palestino se intensifica mientras vemos que el Estado español sigue colaborando en ejercicios militares con el estado colono y nuestras universidades siguen sin romper los vínculos que tienen con dicho “estado”.

Debemos saber cómo aterrizar la lucha de Palestina en nuestro marco (el universitario). Esto es, buscar de qué maneras podemos socorrer al pueblo palestino desde la lucha estudiantil universitaria. La conclusión a la que llegamos el pasado año fue que era necesario forzar a nuestras universidades a la ruptura total de relaciones con Israel. Esto supondría, por ejemplo, el fin de los programas de intercambio con universidades israelíes o los convenios con empresas que mantengan relaciones con el susodicho ente genocida. Si queremos lograr esto es necesario preguntarse por qué no lo logramos en la pasada experiencia y cómo debemos superar esta para avanzar hacia nuestros objetivos. Si no aprendemos nada de las experiencias pasadas, si no nos preguntamos qué falló, cómo falló y por qué falló, estamos abocadas a tropezar una y otra vez con la misma piedra.

¿Cuáles fueron sus limitaciones?

En primer lugar aclarar que sí, consideramos que la Acampada fue un fracaso, puesto que no alcanzó el objetivo que se supone que perseguía: la ruptura de relaciones de las universidades con Israel. No consideramos que se pueda hablar de éxito, pese a que esto sea una narrativa popular, por haber acumulado una cierta atención mediática. La difusión es, por supuesto, importante, pero la cuestión es para qué. Si esta hubiese supuesto una acumulación cuantitativa de fuerzas necesarias para hacer claudicar a la institución. La atención por sí misma no es necesariamente positiva, puede incluso ser contraproducente si lo que se está transmitiendo al mundo es un fracaso.

Otra narrativa que queremos combatir es aquella que rechaza la escalada de las demandas, la consecución de objetivos cortoplacistas o la negociación con la institución universitaria. La estrategia de la Acampada fue obligar a las universidades a sentarse en la mesa con sus representantes y forzarlas a la ruptura, para luego imponerle también la negociación al gobierno central. En este proceso son fundamentales dos procesos: la acumulación de fuerzas y el perfilamiento de las mismas para transformarlas en armas más eficaces. Para esto, es fundamental perseguir objetivos más inmediatos que atraigan más fuerzas y permitan practicar, desarrollar y estudiar sus estrategias para avanzar hacia objetivos mayores. 

No obstante, somos conscientes del riesgo que puede suponer dejarse atrapar por los objetivos inmediatos y para ello es fundamental mantener siempre el horizonte a la vista, hacer que la lucha de hoy se oriente a la de mañana, porque caer en lo contrario, en maximalismos, nos llevaría a pedir todo para conseguir nada, a construir castillos en el aire que ni existirán ni podrán existir. La negociación es igualmente peligrosa, pero sentarse en una mesa no implica necesariamente asimilarse al programa del otro, siempre que se tenga una fuerza detrás que sea capaz de imponer el tuyo. Es importante entonces, tener un programa propio y una estrategia que permita avanzar en la consecución del mismo.

Pero, ¿cuál fue la causa del fracaso? No pudo ser, desde luego, cuantitativa, pues desde el primer día no faltaron en la Acampada manos dispuestas a ayudar y colaborar en lo que fuese necesario. El problema que tuvo fue de naturaleza cualitativa, fue de incapacidad de mantener las vías de negociación abiertas y ejercer la presión necesaria para avanzarlas. La Acampada, tras su ruptura con el Bloque (luego entraremos en detalle), se transformó en un aparato simbólico centrado exclusivamente en estar, pero no hacer. La gran afluencia que logró acumular en sus primeros días acabó diluyéndose paulatinamente al no obtener victorias tangibles que pudiesen justificar  justificar esa sangría de tiempo y esfuerzo. El fracaso cualitativo significó, a su vez, el fracaso cuantitativo.

En este sentido, es imprescindible hablar del papel del Bloque Interuniversitario por Palestina de Madrid en la acampada (que tratamos ya en este texto). El Bloque fue un órgano de cooperación  de múltiples organizaciones políticas estudiantiles de universidades madrileñas que permitió al estudiantado ofrecer una respuesta rápida, eficaz y unificada a la primera Acampada por Palestina en el estado (en Valencia). El Bloque pudo también asegurar la representación de estudiantes (y sus intereses) de todas las universidades madrileñas y, en consecuencia, la posibilidad de que, si se forzara la ruptura de relaciones, todas las universidades claudicaran. El Bloque dotó a la Acampada de una forma organizativa que tuviese la capacidad de erigir y mantener una ofensiva contra la institución universitaria y, al mismo tiempo, incluir en la toma de decisiones a individualidades (estudiantes que no estuviesen organizados fuera de la Acampada) y organizaciones que no conformaron, en un primer momento, parte del Bloque, aunque algunas se adscribieran a él durante el transcurso de la Acampada.

La Acampada, no obstante, decidió romper con el Bloque, aunque las organizaciones del mismo siguieron participando en ella. La ruptura fue justificada alegando la falta de participación democrática de las estudiantes acampadas, no obstante, este sí garantizó la participación de individualidades e independientes y solamente tomó cargo de tareas especialmente sensibles como seguridad, el punto violeta o las negociaciones. Esta ruptura fue, además, promocionada por ciertas organizaciones cuya entrada en el Bloque Interuniversitario había sido vetada por sus prácticas usuales de cooptación y proselitismo. Instamos a estas organizaciones a la reflexión, pues creemos que es más importante impulsar la organización del estudiantado que ponerle nuestro logo. 

La deriva de la Acampada desde entonces, la llevó a un retorno a las formas macroasamblearias que caracterizaron el ciclo pasado. Lejos de asegurar la participación democrática del estudiantado, lo que se obtuvo fue, casualmente, la dirección informal de aquellas organizaciones que rompieron con el Bloque. Una dirección que no rinde cuentas, que no se puede cuestionar, porque, recordemos, no existe como no existen mecanismos para controlarla. Las macroasambleas, en el ciclo del 15M, fueron caldo de cultivo de grupos arribistas y reformistas que parasitan los movimientos sociales. La macroasamblea no es democracia y los métodos del ciclo pasado nos llevarán necesariamente a sus resultados.

El Bloque no fue, por supuesto, perfecto, pero sí fue la mejor solución que pudimos ofrecer al estudiantado en el momento. Sin embargo, la respuesta a sus limitaciones no puede pasar por el retorno a un modelo organizativo todavía más limitado, que significó la transformación de la lucha en un trampolín institucional, que nos llevó a luchar en contra de nuestros intereses, que nos transformó en esclavos de un programa que no es el nuestro. Aprender de sus errores significa avanzar en la construcción de herramientas que nos permitan dar batalla y luego guerra. Superar las formas actuales, no retroceder hacia formas más primitivas. Si la Acampada nos permitió unificar al estudiantado de tantas universidades y, después de tantos años, plantarle cara a la institución (¡a todas las instituciones universitarias!), es nuestra tarea, nuestra obligación, continuar la lucha, avanzarla y escalarla. Si por fin nos han visto la cara, que lo próximos que vean sean nuestros puños.

Nuestra propuesta

La superación de la Acampada debe de ser capaz, por recapitular, de desarrollar un programa propio, de forzar a la universidad a negociar y de ser capaz de ganarle el pulso. Debe conseguir, además, integrar en su estructura a estudiantes militantes y no militantes. Más allá de eso, deberá ser capaz de integrarles rápidamente en momentos de intensidad. Es decir, una plataforma desde la que, quienes seguimos luchando, podamos reavivar la llama de la resistencia, canalizarla y orientarla.

Nuestra propuesta pasa por el establecimiento de comités por Palestina descentralizados en cada universidad que puedan, desde sus necesidades específicas, reconstruir la movilización del estudiantado y, desde ahí, avanzar hacia la construcción de una estructura confederal interuniversitaria que luche por la liberación de Palestina y que, a su vez, nos permita avanzar en el rearme del movimiento estudiantil.

La fuente de nuestra ira brota igual que fuerte que siempre por lo que nuestra resistencia tiene que contestar con su misma fuerza. Es nuestro deber reavivar la llama, ella actuará como guía a aquellas manos que hace un año hacían historia, y a miles más.